
Publicado originalmente en euskera. Ver abajo.
Arantxa Sánchez Larrarte ha conocido de cerca la tortura, primero con las personas que como enfermera llegaban “destrozadas” en el hospital, después en su carne.
La tortura es una manifestación más de la violencia machista contra las mujeres. Tiene que ver con el sentido patriarcal de la justicia y se pone de manifiesto en toda su aplicación: procesos, detenciones, condenas, juicios continuos… Esto es un pequeño fragmento de la comparecencia feminista de hace una semana en Iruña, que ha pedido que se extienda la causa contra los guardias civiles que torturaron a la propia Iratxe Sorzabal, y parte de la declaración de apoyo. El sábado, convocados y convocadas por Bidasoako Iratxeren Lagunak, se realizó una gran foto de apoyo. La sombra de la tortura en Euskal Herria es larga. Han sido cientos y cientos los y las que durante décadas han denunciado la tortura.
Arantxa Sánchez Larrarte llegó a Euskal Herria cuando era joven para estudiar enfermería. A su llegada a Euskal Herria tuvo el primer contacto con la tortura: «En las prácticas que hacíamos en Basurto, no había enfermeras supervisando. Llegó destrozada cuando tenía 17 años, pasó un mes en la UCI. Recuerdo que era sacerdote atado con las esposas en la cama; era Tasio Erkizia. Estaba aprendiendo a cuidar a las personas en ese tiempo y vivía lo contrario, la brutalidad extrema».
Su segundo recuerdo data de 1980, cuando trabajaba en el servicio de la UCI del Hospital de Gipuzkoa, “nos trajeron a un joven con la cabeza rota y la encontraron perdida en el monte”. Luego se enteraron de que estaba con una chica, la pareja, y que estaba desaparecida: «Registraron la montaña y no la hallaron y se apareció a los días en una de las áreas que habían explorado anteriormente. Fue violada y destrozada, Mari José Bravo era joven». Más cerca lo notó después, con su compañera y amiga Idoia Aierbe y su pareja Mikel Zabalza, “no puedo poner palabras a lo que pasó con ellos. Idoia [Aierbe] no fue la misma persona después de él».
Detenida por la Guardia Civil
Dice haber visto la tortura a su lado. Incluso en su propia carne. En octubre de 2004, a los 47 años llamaron a la puerta a las 02:30: «Por suerte ese día estaba solo en casa. En la puerta oí los golpes de Cristo, oí el siguiente: ‘Guardia Civil, abra la puerta o la tiramos’». Su cuerpo respondió sin tiempo para pensar, lo recuerda mucho: «me oriné encima, mi cuerpo tuvo esa reacción. Me ha pasado una vez en la vida, y fue en ese momento. Sentí terror». Se abrió la puerta y se sintió invadida, el siguiente recuerdo que tiene: «Fueron dos horas en mi casa, explorando todo. Me taparon la cabeza con una capucha y me llevaron en coche a Madrid. Había cuatro ocupantes, no quiero llamarlos personas, y yo en el medio. Se pasaron todo el viaje haciendo preguntas sin sentido, una tras otra. No sabía a dónde me habían llevado, supe después que me habían llevado a el cuartel de Tres Cantos». Una vez en la comisaría la tuvieron horas y horas de pie, delante de la pared, y no le permitían sentarse, «sabía que ellos tenían el poder y yo intenté respetar ese poder para salir de allí de la mejor manera posible». Recuerda que todo el tiempo hubo gritos, llantos, quejas, ruidos constantes, «creo que algunos se pusieron deliberadamente porque me pareció que tenían una cadencia». En plena vivencia extrema, llevó más extremo el hecho, «el detenido que se encontraba en la celda contigua intentó suicidarse».
Recuerda que la anciana detenida en la misma operación pedía constantemente medicación a los guardias civiles porque tenía un dolor de cabeza importante y tenía problemas de tensión, «no le prestaron atención y no se la dieron».
Recuerda que empezó a realizar ejercicios respiratorios intentando dominar la situación. «Me decía a mí misma que tenía paz dentro, y que no iba a permitir que entrara a mi espacio, a mi interior, ‘no os autorizaré, haréis lo que queráis, pero esto soy yo, y aquí no entraréis’».
Le hicieron desnudar y empezaron a insultar. «Me insultaban fea, gorda, vieja, loca... y luego, cuando decía que era rápido, no entendían lo que hacía una mujer formada como yo con estudios mezclada con esos tontos. Me tenían sin capucha dentro de la celda, pero para salir o cuando ellos entraban tenía que ponerla. De repente me pusieron algo que tocar. Trabajaba en genética, y sabía que al tocarla, mis huellas dactilares se quedarían y la usaban. Lo toqué con los nudillos».
«Lo mío no ha sucedido»
Aunque ha intentado olvidarlo, no lo ha hecho. Sánchez tiene muchos detalles en mente después de veintiún años. Los guardias civiles le repitieron a menudo una frase durante su detención: «Una y otra vez me decían ‘Tú siempre te acordarás de mí, para mí tú eres un número, no eres nada, mañana tendremos otros aquí’». Recuerda también que en numerosas ocasiones se le comentó a Gurutze Iantzi que había estado allí en la misma comisaría que era ella; la Guardia Civil la detuvo en su domicilio el 22 de septiembre de 1993. Murió dos días después en la comisaria de la Guardia Civil de Tres Cantos. Según la versión oficial murió de un ataque al corazón. Todos los indicios apuntan, sin embargo, a la «bolsa», fue asesinada aplicando tortura. Fue reconocida como víctima de violencia policial en octubre de 2024 en la CAV. «Me dijeron claramente que sabía lo que me podía pasar».
También le preguntaron una y otra vez sobre la presa vasca Iratxe Sorzabal. «Cuando fue detenida en 2001 fue torturada en Tres Cantos incluso en su camino hacia allí. Me dijeron que me lo harían a ella de la manera que me lo habían hecho». No duda de que Sánchez quiso relacionarlo con la detención con algunos hechos concretos, «pero sabían que en aquella época no era, que estaba de vacaciones fuera, porque se llevaron fotos entre otras muchas cosas desde mi casa, donde se explicaba la fecha. Nos las quitaron todas, pero teníamos todas guardadas en un disco doble».
Repitieron otra amenaza, probablemente la más dolorosa, de que le quitarían a su hija, «me dijeron una y otra vez durante la detención». Pasó dos días detenida y fue puesta en libertad en la tercera: «Tres jueces decidieron. Uno de ellos dictó una orden de arresto; otro, me impuso la ley antiterrorista; y un tercero decidió dejarla en libertad. No vi ninguno de los tres; lo mío no ha ocurrido, no ha existido».
Recuerda mucho el momento de salir de Tres Cantos, meterse en un coche a medianoche y fue abandonada en una zona en obras, sin documentación y con tres euros. «Solo tenía una obsesión, llamar a casa y decir que estaba allí. Conseguí llamar, que estaba en la calle libre. Me dijeron que no me moviera, que alguien iría a buscarla».
La irundarra sufre ahora las consecuencias de su detención. «No puedo llevar que la gente hable por la espalda, me asusto mucho; he estado despertando durante años a las 02:30; no puedo ver tortura o malos tratos en el cine o leer sobre ellos en la prensa; he recibido atención psicológica porque yo, también mi hija, pasé de ser su madre a ser terrorista en la televisión. He tenido miedo, vulnerabilidad, la sensación de tener a alguien al acecho durante mucho tiempo». También influyó en su madre, «una madre de 77 años que no pudo regular el tiroides alterado durante un año». Porque la tortura salpica a mucha gente, al torturado y torturada y a su entorno, a la gente, según Sánchez. Tiene la sensación de que ella no fue torturada, dice: «No me hicieron lo que le hicieron a Tasio, Mari Jose, Idoia, Mikel, Gurutze o Iratxe… puedo citar mil nombres más. Siento que tengo el síndrome de la impostora, sabiendo que lo que han hecho a los demás ha sido mucho más feroz, lo mío me parece una bagatela. Si aun así lo estoy contando es porque sé que, la mía también, fue tortura».
Publicado originalmente en euskera en bidasoa.hitza.eus/.
