En Anaka como en casa (casi)

imagen

Ainhoa Sagarzazu.- Soy palmera en Anaka. El otro día vi como operarios municipales talaban con saña uno a uno los vecinos casi centenarios de las calles de las villas de Anaka. ¿Qué han hecho de malo? ¿Dar sombra al vecindario? ¿Ofrecer hogar, escondrijo y refugio a una vasta población de pájaros que cantaban, danzaban, se perseguían y se seducían al amparo de su frondosidad? ¿A dónde huirán las aves desauciadas? ¿Volveré a deleitarme desde mi atalaya con las hermosas y sincronizadas coreografías aéreas que a menudo me regalaban?

Tal vez debería de estar contenta de estar viva y no escribir esta carta, por si acaso. Pero perplejidad y tristeza diluyen mi miedo. ¿Por qué ordena el alcalde el asesinato a savia fría de más de cien árboles sanos, vigorosos, hermosos y frondosos? ¿Quién proporcionará frescura y sombra a las personas de a pie cuando sus zapatos se hundan en el cemento derretido por la calima? ¿O quieren que la gente no camine y se refugie en el aire acondicionado de su coche?

Preguntas y más preguntas me vienen a la copa. Se acercan las elecciones municipales. ¿Va a dar Irun el voto a un alcalde ecocida? Plantar nunca puede justificar talar. Del consistorio de Irun emana un tufo a rancio y casposo, a amor por lo artificial y el negocio y a fobia por la vida y lo verde.

Soy palmera, y el desierto de arena es mi lugar de origen. Allá, las personas darían cualquier cosa por vegetación y sombra y aquí, alcaldes como Santano las borran de un plumazo mientras crece vorazmente el desierto de asfalto. Asombroso.

Que la primavera visite Anaka. No taléis más.

Ainhoa Sagarzazu, en nombre de una de las palmeras de Anaka superviviente al ecocidio.

Etiquetas: