Sainete y desafino

Aufkleber No cabe llamarlo con otro nombre. Un sainete es lo que desde su trono ha planificado el señor Santano una vez más. El plazo de la obra tragicómica ha concluido y pronto conoceremos el desenlace. Quizás alguna lectora no se haya percatado aún de qué carajo estoy hablando. Me refiero a la convocatoria anunciada por nuestro alcalde y publicada hace algunas semanas, con alevosía y “Agostidad”, para contratar a un Director del Área de Cultura y Deportes.

Y es que tras ese ampuloso título se adivina una penosa maniobra con la que recompensar, con generosidad eso sí, a algún amiguete del regidor consistorial. Al fin y al cabo, si una no anda equivocada, ya hay en el ayuntamiento de nuestra envidiable ciudad un funcionario técnico para esos menesteres amén del correspondiente concejal de área. ¿A qué viene, entonces, este nuevo puesto que JAS se saca de la chistera en tiempos de crisis, en una ciudad que padece la tasa de desempleo más elevada de la provincia, con un comercio en retroceso y una industria casi inexistente? Pues a lo de siempre: viene a pagar favores y ganarse adhesiones, a colmar un capricho arbitrario y reafirmar su triste mando, a verse rodeado de mediocres aduladores dispuestos a reírle y aplaudirle sus gracietas y, desde luego, si es necesario, a negar su desnudez y ocultarle sus miserias (que son muchas).

Alguna creerá que exagero, que ya ando otra vez con mi obsesión malsana por censurar y vituperar todo lo que hace ese gran político, desvivido por el bienestar de todas nosotras. Se equivoca quien así piense. Basta un detalle para probar lo fundado de mis sospechas: pese a que, como el título indica, se trata de un puesto de gran responsabilidad en un área crucial para la vida común de las irunesas, y pese a que, en consonancia con las tareas que se le encomendarán a la persona elegida, recibirá a cambio un salario anual magnífico, el conocimiento de la lengua vasca, co-oficial en nuestra ciudad, no será preceptivo. No deja de ser curioso que la plaza no fije como requisito ningún perfil lingüístico para un cargo de máxima responsabilidad en el área de cultura. ¿Será que para JAS el vascuence no forma parte de nuestra cultura? ¿O que quienes se expresan habitualmente en esa lengua no merecen ser incluidos en la cultura de la ciudad? Aunque una cree que algo de eso hay también, véase lo acontecido en la última campaña electoral, me atrevo a vaticinar que la razón de esa exclusión es mucho más prosaica: de forma excepcional, no se exige ningún perfil lingüístico porque la candidata o candidato seleccionado carece de ese requisito. Ah, ¿pero es que alguna se cree que lo publicado corresponde a un concurso real e ignora que todo el pescado está ya vendido de antemano? Me temo que sí. A buen seguro muchas serán las incautas que hayan decidido remitir su candidatura para tal puesto. Y las habrá muy, muy preparadas. Pobres criaturas. No se trata de un concurso sino de un sainete. Y el director de la obra, quien pincha y corta, quien decide es… JAS.

Una vez más todo es perfectamente legal. Pero eso no significa que sea algo positivo. Se trata de un nuevo puesto que se dirimirá por discrecionalidad arbitraria, sin que haya control alguno por parte de la administración ni, esto es importante, tampoco por parte del partido. Y ese es el problema de fondo. El grado intolerable de corrupción, chanchullos y tejemanejes de este país se debe en buena medida a que las listas de cargos internos o potencialmente electos los deciden los cuadros de los partidos sin que medie en esas decisiones ningún mecanismo democrático. Bajo esa premisa, ¿alguien piensa que un concejal o cargo de confianza denunciará algo ilegal o simplemente reprobable cuando aspira a seguir en ese puesto (o en otro similar)? Desde luego que no. Quien se mueve no sale en la foto. A diferencia de lo que sucede en otros países, aquí la ley de partidos no obliga a celebrar congresos democráticos para designar a sus representantes, ni fija los criterios de composición y elección de los parlamentos internos, ni los sistemas de auditoría de sus cuentas. Si seguir en las listas y en los cargos internos o de confianza no dependiera de la decisión caprichosa de quienes controlan el partido de forma no-democrática sino del voto de los ciudadanos o de los afiliados, las denuncias de irregularidades y de corruptelas serían más frecuentes por la sencilla razón de que el control del aparato del partido también sería mayor. La opacidad de los partidos políticos y su falta de democracia interna no tienen equivalente en Europa. Esas deficiencias graves no sólo nos privan de mecanismos eficaces contra la corrupción sino que además alientan el nepotismo, la mediocridad, el servilismo, la genuflexión meliflua. Es lo que en la teoría política se denomina como cooptación: se impone un procedimiento de selección adversa por el cual las personas brillantes y críticas que puedan hacer sombra o desplazar a los líderes jamás serán promocionadas.

Por muy legales que puedan ser, ésta y otras maniobras para asignar puestos y cargos no parecen un procedimiento saludable para nuestra democracia. Mientras siga vigente esa ley de partidos que promueve las redes de amiguetes, familiares, compinches y afiliados adocenados nada cambiará. Nos tendremos que conformar con seguir asistiendo atónitas a la descomposición cotidiana e irreversible de la vida pública.

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