¿El retorno de la comunidad? Red de cuidados y “Makers” en Irun

Foto vientosur.infoTxapaeo koronabirikotik idazkiak, 6.znbk

Pikoketa Aritxulegi.- Palabra manida donde las haya “comunidad”. Comunidad se le llama a un grupo étnico que vive en la selva del Chaco Boreal boliviano, y a un grupo de desconocidas que se han juntado vía Facebook.

Por lo menos podemos extraer que la comunidad tiene como materia un grupo de gente. Intuitivamente pensamos “cuantiosa pero no demasiada”, pues no es una masa sin forma y basada en el anonimato. Y esa es la clave, la comunidad es una red densa de personas vinculadas por relaciones de solidaridad, obligatoriedad y reciprocidad. Es decir, por vínculos sociales operativos en el día a día, que en claves positivas (porque la comunidad también puede ser conservadora y restrictiva para con el individuo), ayuda a la persona: La coloca en una red donde fluye información, afectos, cuidados, productos, trabajo, etc. de forma horizontal y basado en las relaciones cara/cara.

La comunidad (por encima del mercado o el estado) ha sido sin duda la forma social de supervivencia fundamental en la historia humana. Parecería que la habíamos olvidado (o incluso renegado de ella a veces apostando por “relaciones sin roce”), pero invariablemente debe volver a emerger la centralidad de su necesidad (pues más o menos presente, latente o evidente siempre está). El Covid19 le ha puesto el foco. Donde siempre estuvo se la vuelve a mirar con renovada importancia [1], donde no existía se teje. Para hacer frente a esto y cuidarnos, las relaciones sociales se densifican, se hacen patentes y operativas en forma comunidad.

Esto, según mi humilde opinión está también pasando en Irun, en nuestro alrededor. Dos ejemplos ejemplo que me ha tocado de cerca.

-Red de cuidados de Larreaundi: En este barrio, se ha formado un grupo de vecinas/os, una comunidad organizada (tal vez antes no se conocían entre ellas, y la necesidad/voluntad las vincula) para cuidar al barrio. Tanto a las personas que solemos considerar más vulnerables, como cuidados y apoyo mutuo que pueda darse en general entre vecinas. En su espacio virtual, se pueden leer ayudas mutuas como: Hacer fotocopias a quién le haga falta, difusión y ayudas para tramitar subsidios y ayudas específicas, creación de contenidos para niñas/os (del barrio y para el barrio), acompañamiento telefónico a las personas que lo necesiten, etc. además de llevar la compra y bajar la basura.

Una iniciativa ejemplar, que habrá que ver como se desarrolla, pero que vuelve a poner la mesa (y en especial en la escala barrial), el potencial y necesidad de la comunidad bien tejida, organizada

-Los “makers”: Hasta hace poco desconocía totalmente la existencia de este sujeto/rol social: “maker”. Tiene al parecer categoría de subcultura urbana: “subcultura contemporánea que representa una extensión basada en la tecnología de la cultura DIY (Do it Yourself o hágalo-usted-mismo). Esta promueve la idea que todo el mundo es capaz de desarrollar cualquier tarea en vez de contratar a un especialista para realizarla” (Wikipedia). Activistas por la autogestión tecnológica podría decirse.

Pues bien, muchos de estos “makers” se han “unido a la batalla” contra el COVID19, transcendiendo sus pequeñas comunidades y articulando con otras. Y es que entre las capacidades de esta gente, está el uso de las impresoras 3D. Así, en colaboración con Osakidetza centros tecnológicos y de FP se ha trabajado contra-reloj para poder fabricar pantallas de protección adecuadas en estos talleres auto-gestionarios. De este tipo de talleres parece surgió la cooperativa 3D Indart (no hace más de dos semanas), que se ha convertido punto neurálgico de la actividad “maker” de Gipuzkoa. Ellas/os producen 50 diarias, pero además “DYA se encarga de recoger la fabricación de cada 'maker' guipuzcoano y lleva todo al pabellón de Indart". «El lunes, 1.000»; ayer, 500 más. «Aquí llegan también las donaciones de las láminas de PVC y las gomas y empaquetamos los pedidos para que DYA los entregue a los solicitantes».

El hecho comunitario se diferencia cuantitativa y cualitativamente de la solidaridad cotidiana individual (que la hay muchísima, como ayudar a la vecina, comerciantes que llevan las compras a las casas, el vecino que le entrega unas croquetitas al del piso de arriba, y un largo etc.). Cualitativa, porque es auto-consciencia, un nosotros” al cual poder recurrir y activar de forma solidaria en pos del bien común, como es en este caso el cuidado. En términos cuantitativos, porque implica más gente (que el “yo” y mis buenas intenciones) y por ello (aunque es más complejo) también potencial para crear un bien común para más gente (sea parte de la comunidad o no).

Creo que este tipo de crisis por necesidad o por convicción abren puertas al retorno de las comunidades. A la organización espontánea traccionada por principios de solidaridad y ayuda mutua. Si se toma consciencia de su necesidad, pueden cristalizar en comunidades estables, que más allá de momentos de crisis pueden ser una base de apoyo mutuo para una vida más plena. Vidas que en demasiadas ocasiones están salpicadas por la indiferencia, soledad, depresión, miedo, reclusión, desesperanza o sin sentido.

Sensaciones para los que el capitalismo nos ha dado “su solución”: El fármaco. Falso narcótico para unos males que tienen un antídoto mucho más evidente: La socialidad, el encuentro con el/a vecino/a, los vínculos humanos externos que nos ayudan a desarrollaronos hacia adentro, a dar sentido al “yo” y a nuestra función vital. En una palabra: La comunidad.

NOTAS

[1] Sinceramente creo que se está desvelando en el sentido común de la gente, hasta que punto somos un hecho social, y dependemos de los trabajos del/a vecino/a. Hasta que punto (a pesar de que en ocasiones se invisibilice) existe interdependencia entre nosotras. El pequeño comercio en los barrios y sus tenderas/os, las farmacias, personal médico, hortelanos/as y distribuidores vendedores de alimentos,… Son algunos roles sociales (que siempre han estado ahí), pero que ahora se toma conciencia de los vital de su trabajo, que en parte tiene una función social fundamental. Me parece que este “re-descubrimiento” es uno de los ingredientes de los aplausos que cada día acontecen a las 20.00 de la tarde

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