Sara e Izar a casa

La agresión contra Izar nos ha golpeado durísimamente a todas. En nuestro caso nos hemos sentido agredidas como mujeres, como presas políticas que fuimos en su día, y también como madres.

Por ello, antes de nada, queremos denunciar esta cruel y despreciable agresión  y también la de Blanca Esther Marqués por parte de quien era su pareja.  Se trata de dos agresiones que responden a la misma lógica, a la lógica del patriarcado, y que debemos combatir enérgicamente.  

Asimismo, queremos transmitir a Sara todo nuestro cariño y solidaridad. Sara, estamos contigo y también lo estaremos en el camino que os queda por recorrer en adelante. Desde aquí os mandamos a Izar, a ti y a vuestras familiares un caluroso abrazo.

Existe un lazo entre las mujeres que nos hemos reunido hoy aquí –y otras que no han podido venir por motivos de trabajo- muy especial. Todas fuimos madres en la cárcel. Fue allí donde criamos a nuestras hijas e hijos. Concretamente en cárceles como Carabanchel, Yeserías, Granada, Picassent, Pau, Dueñas, Aranjuez, Fleury, Soto del Real o Teixeiro. Las tuvimos a nuestro lado hasta los tres años en el caso de las prisiones españolas y hasta que cumplieron los dieciocho meses en el caso de las prisiones francesas.

Como podéis ver, no son pocas las niñas y niños que han nacido en prisión, cuarenta en total. La última nació la semana pasada en Valencia. En este momento son cuatro las niñas y niños que viven con sus madres en cárcel, todas ellas en Picassent.

Las madres que hoy nos encontramos aquí en su momento pudimos salir en libertad. Pero de estas cuarenta niñas y niños veinte siguen teniendo a su madre aún en prisión.
 
En las prisiones españolas estuvimos en los llamados “módulos penitenciarios de madres” y en las francesas en módulos normales por no haber ninguno habilitado para estas circunstancias. Pero la vida en estos módulos es muy parecida a la vida de cualquier módulo ordinario: las rutinas, el espacio, los funcionarios… Son módulos que no tienen en cuenta las necesidades de las niñas y niños, y por tanto, son éstos los que se deben adaptar a las circunstancias del centro y no al revés.

Nosotras intentamos cubrir estas carencias por medio de nuestras familias. Eran nuestras familias quienes sacaban a nuestras niñas y niños de las cárceles para que pudieran ver la calle, el mar o el monte; eran nuestras familias quienes procuraban ofrecer una alimentación sana al menos los días que estaban con ellas en la calle. Y eran nuestras familias también quienes estuvieron en el hospital en caso de que la niña o niño tuviera que ser ingresada.

No obstante, nuestras familias tenían que recorrer 400, 600, 800 km-s para poder ver y pasear a nuestras hijas e hijos. Además, nuestras hijas se tuvieron que criar en una realidad social y cultural que no era la suya, en una realidad donde no se hablaba euskara. Es decir, lejos de Euskal Herria.
 
Pero al contrario de lo que pueda parecer, la realidad que queremos subrayar hoy es la siguiente: los momentos más delicados y difíciles para estas niñas y niños no fueron los que pasaron en la cárcel sino los posteriores a la separación de la madre. Efectivamente, si estas niñas y niños tuvieron muchas pequeñas carencias en el tiempo que permanecieron en la cárcel, al salir de la misma tuvieron una única pero enorme carencia, la que originaba el no poder estar con su madre.   

Si toda relación entre madre e hija o hijo es especialmente estrecha, en el caso de estas niñas y niños lo es más aún, pues la convivencia es de veinti cuatro horas diarias durante tres años. Así, es ella quien le ofrece  tranquilidad, sosiego, seguridad y equilibrio a la niña o al niño. Y por tanto, estar lejos de ella le produce falta de seguridad y una gran ansiedad.

Una vez en la calle, estas niñas y niños viven un largo y complejo proceso de adaptación. A pesar del cariño y de la protección de otras y otros familiares, los cambios en su vida son de gran calado, fundamentalmente debido a que su principal referencia, su figura de apego, no se encuentra a su lado: su madre. También resulta un camino difícil para las madres que se quedan dentro, pues  también deben aprender a vivir lejos de sus hijas e hijos, si es que esto es algo que se pueda aprender.

Si la separación entre la madre y la hija o hijo que sale a la calle es difícil y dolorosa, qué decir en el caso de Izar. Izar tiene unas heridas muy profundas. Hablamos de heridas físicas sí, pero también de otro tipo de heridas, las psicológicas. Por tanto, una vez fuera del hospital es su madre quien mejor le puede ayudar a sanar esas heridas, pues como ya hemos dicho, es Sara quien le proporciona tranquilidad, seguridad y equilibrio a Izar. Dicho de otra manera, Sara es la pieza clave en la recuperación tanto física como psicológica de la niña.
 
Tenemos que recordar que fueron las propias médicas y médicos quienes solicitaron a la cárcel que Sara pudiera estar el máximo tiempo posible con Izar por una sencilla razón: Eran los primeros días de hospitalización y gracias a los estímulos de su madre Izar había empezado a responder positivamente.   

Pero es que además, a todo esto debemos añadir que hace más de dos años que Sara cumplió las tres cuartas partes de la condena y que, por lo tanto,  tanto ella como la niña deberían haber estado en la calle desde que Izar tenía cinco meses. Es decir, esta niña debería haber vivido en libertad desde entonces si se hubiera aplicado la ley, si no hubiera leyes de excepción para las presas y presos políticos vascos y sus hijas e hijos.

Por eso nos hemos reunido hoy en Donostia, para exigir la libertad de Sara. Izar cumple tres años en marzo y no podrá continuar viviendo con su madre, a no ser que Sara sea excarcelada.  Por justicia, por principios éticos y por la salud de Izar. Para que puedan apoyarse mutuamente en el camino que aún les queda por recorrer. Sara eta Izar a casa.

Ex presas políticas vascas que fuimos madres en prisión

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